Giuseppe Fortunino Francesco Verdi (La Roncole, Busseto, 10 de octubre de 1813 – Milán, 27 de enero de 1901) compositor italiano de ópera del siglo XIX y uno de los compositores de ópera italiana más notables. Fue autor de algunos de los títulos más conocidos para el gran público en el ámbito de la ópera (Rigoletto, La Traviata, Il Trovatore, Aida, Don Carlo, Otello, Falstaff).
Nace en Roncole (ducado de Parma, Italia) el 10 de octubre de 1813 de familia campesina. Tras los primeros estudios en Roncale y Busseto, es ayudado por el mecenas Antonio Barezzi, director de la Sociedad Filarmónica de Busseto, de la que más tarde, en 1833, sería director Verdi. Un año antes, no fue admitido en el conservatorio de Milán por no tener suficientes estudios musicales.
En 1836 se casa con Margarita Barezzi, con la que tuvo dos hijos. En 1838 vuelve a Milán y estrena sus primeras óperas, “Oberto” (1839) y “Un giorno di regno” (1840), sin mucho éxito, pues coincidió con la muerte de su mujer y sus hijos. Por este motivo abandona la composición hasta 1842, en que el director de La Scala de Milán le convence para que escriba “Nabucco”, primer gran éxito de Verdi, que se repitió en 1843 con “Los Lombardos”. Este éxito se debió, además de la calidad de las obras, al profundo sentido de identidad nacional que ambas óperas promovían. Verdi se convirtió en un símbolo de la resistencia italiana al dominio austríaco y supo formular un estilo con el que su pueblo se identificó plena e inmediatamente. El nombre de Verdi era el acrónimo de “Vittorio Emanuele Ré D’Italia”, con lo que, el aclamar a Verdi, significaba aclamar a Víctor Manuel como rey de Italia.
“Ernani”, basada en la obra de Víctor Hugo, es un intento de renovar las estructuras operísticas convencionales. Fue compuesta para Venecia en 1844 y fue un éxito en toda Europa; aunque en Francia, Víctor Hugo se opuso a su representación, aunque más tarde, con modificaciones, fue representada.
Entre 1844 y 1850 compone 11 óperas, de las que sólo dos se mantienen en el repertorio operístico actual: “Macbeth” (1847) y “Luisa Miller” (1849). Estas obras suponen un cambio en el estilo de Verdi. Ya cansado de batallas y tropas furiosas, comienza a preocuparse del “estudio del alma”, centrando su interés en una sicología más profunda de sus personajes e intentando subordinar tanto el canto como la orquestación a las situaciones y a las tensiones de la trama. Marcan el fin de su primera etapa artística.
La ópera “Rigoletto” (1851) supone la consagración de Verdi en el mundo artístico como un renovador de la ópera y marca la época de sus obras más populares. Está basada en la obra teatral “El rey se divierte”, de Víctor Hugo.
Sigue “El Trovador” (1853), basado en la obra de Antonio García Gutiérrez. Su libreto es un verdadero modelo de confusión, con una intriga inexplicable y un desarrollo de caracteres totalmente nulo. Sin embargo, no fue la primera vez que Verdi siguió las situaciones en función de su dramatismo, sin fijarse en la articulación lógica de ellos ni en su progresión. Muchos de los libretos que utilizaba Verdi tenían un escaso valor literario y el gran mérito fue abordarlos con fragmentos musicales inolvidables, pero que nos distraen de lo mediocre y convencional de aquellos textos.
“La Traviata” (1853). Ésta supone uno de los trabajos más ricos y perfectos de todo el teatro romántico respecto a la sicología de los personajes ya a la naturalidad con la que se suceden sus escenas. Basada en “La Dama de las Camelias”, de Alejandro Dumas. El tema de la obra le sirvió a Verdi para replicar las críticas que sufrió por su relación y convivencia con la soprano Giuseppina Strepponi. Tal como sucedió con la novela francesa, la ópera recibió muchas críticas, ya que no estaba en la moralidad de la época que una prostituta se sacrificara por amor y, menos aún, que apareciera como víctima de la sociedad.
“Las Vísperas sicilianas” (1855), “Simón Boccanegra” (1857) y “Un Baile de máscaras” (1859), una de las creaciones más finas de Verdi y gran éxito en su estreno. En ella desarrolla una renovada concepción del drama musical: primero, al asociar un elemento cómico que acusa la verdad humana de la acción; segundo, al otorgar mayor unidad temática y tercero, al confiar a los instrumentos roles expresivos que los mezclan de manera individual a la trama, dando más colorido y variedad a la partitura.
La triunfal acogida que tuvo “Un Baile de máscaras” se debió, en gran parte, al clima de extremo patriotismo que por entonces existía en la península italiana. Pocos meses después de su estreno, Italia llegó a un punto crucial en su lucha por la unificación, la que finalmente logró en 1861.
Para el Teatro Imperial de San Petersburgo compone “La Fuerza del destino” (1862).
Entre 1862 y 1867, Verdi realizó varios viajes por Europa. Con ocasión de una corta visita a París, Verdi recibe un encargo: componer una ópera para la Exposición Universal de 1867. Se tituló “Don Carlos” y fue estrenada en la Ópera de París con moderado éxito, debido a que no es una obra fácil, aún cuando posee todos los temas predilectos de Verdi: la patria, el amor, la libertad y la amistad.
“Aida”. Por encargo del gobierno egipcio para las festividades organizadas con motivo de la inauguración del canal de Suez, Verdi sorprende nuevamente con una grandiosa composición: “Aida” (1871). Tanto el estreno como las siguientes representaciones tuvieron un éxito enorme, demostrando que el maestro había alcanzado la plena realización de su arte.
“Requiem” (1874). Los sentimientos patriotas de Verdi encontraron una nueva expresión en el “Requiem”, que compuso en 1874, dedicado al poeta Alejandro Manzoni, que había jugado un rol importante en el periodo del “Risorgimento”. El arte y la personalidad de Verdi marcaron profundamente este “Requiem” que, sin evocar problemas precisos de orden religioso o incluso metafísico, revelan la espiritualidad del compositor al adquirir la verdadera conciencia de su condición humana.
“Otello” (1887). Basada en la obra de Shakespeare. Tres años demoró Verdi en la realización de esta ópera a cuyo estreno, en La Scala, asistieron políticos, editores, críticos, compositores, empresarios y periodistas. A los 74 años, el afamado maestro reveló al mundo la más grande de sus óperas trágicas, una creación que fusiona perfectamente la palabra, la acción y la música. Con todas sus innovaciones, “Otello” es una continuación lógica de la evolución del estilo verdiano desde “Nabucco” hasta “Aida”.
“Falstaff” (1893). Fue su última ópera que constituyó un verdadero quiebre y una absoluta novedad. Esta comedia era la más ligera, fina y alegre que la música italiana había presenciado durante todo el siglo, mostrando una combinación muy diferente de música y poesía, donde todo es sutil, dinámico y desbordante de humor. Así lo entendió el público, que la acogió con grandes aplausos en su estreno en La Scala en 1893.
Falleció en Milán, el 27 de enero de 1901 de un derrame cerebral. Dejó su fortuna para el establecimiento de una casa de reposo para músicos jubilados que llevaría su nombre: “Casa Verdi”, en Milán, donde está enterrado. Su entierro suscitó gran conmoción popular y, al paso del cortejo fúnebre, el público entonó espontáneamente el coro de los esclavos de “Nabucco”: “Va pensiero sull’ali dorate”.